CONTADOR

martes, 23 de noviembre de 2010

¡OJOS ESTIRADOS, OÍDOS ALERTAS!

¡ OJOS ESTIRADOS, OÍDOS ALERTAS !

¡¡¡Salve hijos del Terreiro!!!

Esta “Negra Vieja”, metida como ella sola, tantas veces baja en el Terreiro, se sienta en su “tronco” y queda coqueta como criatura que gana un chupetín, mirando los hijos trabajar en la caridad.

En los tiempos de la senzala, todavía criatura que apenas caminaba, mi madre de leche que me había recogido huérfana, comentaba: “Esta negrita tiene ojos estirados y orejas de abanico, pues ve y escucha hasta lo que Dios duda”.

Y como palo torcido que soy, porque no es porque estoy al lado de donde están los muertos que conseguí curar mis imperfecciones, voy siguiendo de ojo estirado y oído atento, hoy intentando usar eso para auxiliarlos y yo mejorar.

Y esos ojos y oídos que la tierra no consiguió comer...eh...eh...eh, ¡Observan como la materia fragiliza al hombre!

¿Por qué será? La mayoría de los hombres anda como una carroza invertida – Los burros dirigen y el carretero tira.

Por cierto, quien nos tiene que dirigir sobre la faz de la tierra, es el espíritu donde reside toda sabiduría, toda luz y es por eso que se eternizó. Pero cuando en la materia el hombre permite que el ego tome la dirección y siendo el perenne y arbitrario, lo condena a arrastrarse imantado al magnetismo del planeta.

Y aquí mismo, dentro del Terreiro, cuántas veces los observo contrariando la hermosura de su ropa blanca que visten, teniendo el alma oscura por los sentimientos y pensamientos que dejan fluir, contaminando el ambiente sagrado.

Llegan trayendo la agrura que cargan y al mínimo roce, un pequeño desliz del hermano de la corriente ya sirve para empuñar el hacha de Xangó y decapitar cabezas, sin dolor ni piedad. Lo que no perciben todavía es que ellos propiamente son tan cabeza dura, tan rígidos que más se parecen a una cantera.

Otros, cuya falta de humildad envuelve sus corazones empedernidos, entran con la lanza de Ogún empuñada haciendo sus propias leyes, ajenos a las normas y directrices de la Casa que los acoge y, aún siendo deudores, se alardean de cobradores.

Otros todavía, ocultando su fragilidad y miedo, empinan la nariz para colocarse de fuertes y guerreros y así “incorporan” Iansá lanzando rayos y chispas a su alrededor, imponiendo un falso respeto.

¿Y aquellos que visten la camiseta de “víctima”? Todo duele, todo machuca, todos están contra ellos y hasta una mirada confundida los derrite y ahí derraman cascadas de lágrimas...Sin contar con la trompa caída, mayor que la del Preto Velho...eh...eh...eh.

Lo que ellos no saben, es que las paredes tienen oídos y que nosotros, los muertos que componemos el otro lado del Terreiro, escuchamos sus pensamientos. Pero contrariando las falsas concepciones de las religiones más antiguas, no estamos aquí para juzgar a los vivos, ni a los muertos...eh...eh...eh, o castigar a los pecadores. Los comprendemos como el Santo Padre nos comprende, por la infantilidad en que todavía vive la humanidad, tan carente de amor y tan pobre de valores.

Porque ya pasamos tantas veces por la materia densa y porque todavía convivimos con los encarnados, tenemos la obligación de repasar enseñamientos, pero no tenemos el derecho de interferir en las leyes, cuando estas se hacen aplicar para que se de la corrección. Y las veces que vemos los hijos sufriendo, nos hace sufrir también.

A pesar de mi deseo, estos ojos estirados no dejan de ver cuando los hijos, sorprendidos por el dolor, se logran poner en víctimas y abandonan la fe. Y sin fe, desacreditan de todo y de todos, dejando brechas enormes para que las tinieblas tomen cuenta de sus corazones. Junto con la fe pierden la razón y se tornan esclavos del ego.

Hijos de mi corazón, revean sus actitudes en tiempo de evitar más dolores. Háganlo en cuanto todavía usan el uniforme de carne, pues aquí es el lugar y el tiempo de corregir las equivocaciones. Entiendan que el dolor mayor es aquel del arrepentimiento, cuando no hay más tiempo de reconstruir el camino.

El Terreiro que los acoge es escuela, es hospital, es hogar...Y muchas veces sanatorio. Pero encima de todo es una bendita empresa donde vuestras manos pueden trabajar en la caridad que los liberta de las corrientes del pasado. Para los que marcan tarjeta, siempre viene el salario justo.

No hay nada que ciegue más a los hombres que el orgullo y el egoísmo. Pero sólo nos cegamos cuando cerramos los ojos para el dolor de los que caminan con nosotros y nuestra herida sólo cicatriza cuando decidimos curar las heridas de los otros.

Este es el consejo de quien ya sufrió mucho, amarrada al tronco del orgullo y azotada por el capataz del egoísmo y que por eso, no desea ver los hijos en la misma condición.

¡Ojos estirados, oídos alertas! Nuestra vida es un cantero de flores ya plantadas. A nosotros nos cabe regar, abonar y arrancar las hierbas dañinas. ¡Sólo eso!

¡Saravá! ¡La bendición de Nuestro Señor Jesucristo!

Vovó Benta – Agosto de 2008

Leni W. Saviscki
Erechim - RS